Como siempre, llegué tarde. "Hola", saludé al infinito y sólo obtuve miradas duras hasta que apoyé mi hombro en una esquina, luego perdí su interés y volvieron a las caras del suelo, los letreros de las paredes o al niño de llanto eterno. Algunas viejas abanicaban con recetas los trozos de piel desnuda que sus hábitos aún dejaban al descubierto. Sobre ellas, sucio e inservible, colgaba un ventilador detenido como el fotograma de una película en pausa. De expresión seca, párpados cerrados, sus hombres contenían el deseo de limpiar las gotas de sudor que mezclaban sal y mugre entre las arrugas de su frente.
La fiebre me arrastraba. Sentía, casi desde fuera y con curiosidad científica, cómo desconectaba cada órgano, cada recuerdo, distorsionando mis sentidos al tiempo que sumía mi conciencia en un sopor agradecido. Recuerdo un leve gemir, una ligera expresión que lanzar al mundo en busca de socorro. Pero no lo obtuve. Sólo miradas de reojo y silencios.
Alguien, con desconsiderada rudeza, abrió una puerta, prosiguió un comentario a medio terminar y rió cómplice con el fantasma que quedó en la habitación. Cuando volvió su rostro hacia nosotros ya no reía. "¿Torres, Raimundo? ¿De Andrés, Ángela? Pase. No, por ahora nadie más. Ya lo llamaré cuando sea su turno". La figura blanca volvió a sus comentarios y sus risas detrás de un nuevo portazo.
Un grupo de moscas se burlaba con vuelos en zig-zag de las telas de araña que nuestra respiración mecía levemente en los rincones. A veces se unían en una corta danza pugilística, otras se cruzaban con aparente indolencia. Mantenían su espacio, se perseguían, vivían.
La fiebre me arrastraba. Sentía, casi desde fuera y con curiosidad científica, cómo desconectaba cada órgano, cada recuerdo, distorsionando mis sentidos al tiempo que sumía mi conciencia en un sopor agradecido. Recuerdo un leve gemir, una ligera expresión que lanzar al mundo en busca de socorro. Pero no lo obtuve. Sólo miradas de reojo y silencios.
Alguien, con desconsiderada rudeza, abrió una puerta, prosiguió un comentario a medio terminar y rió cómplice con el fantasma que quedó en la habitación. Cuando volvió su rostro hacia nosotros ya no reía. "¿Torres, Raimundo? ¿De Andrés, Ángela? Pase. No, por ahora nadie más. Ya lo llamaré cuando sea su turno". La figura blanca volvió a sus comentarios y sus risas detrás de un nuevo portazo.
Un grupo de moscas se burlaba con vuelos en zig-zag de las telas de araña que nuestra respiración mecía levemente en los rincones. A veces se unían en una corta danza pugilística, otras se cruzaban con aparente indolencia. Mantenían su espacio, se perseguían, vivían.