El otro día comentaban en La Ventana de Gemma Nierga una más de estas encuestas cinéfilas a las que son tan aficionados los americanos, esta vez, intentando dilucidar las cien mejores frases de la historia del cine. Cuando abrieron el teléfono, nos hizo mucha gracia a mi hermana y a mí la intervención de un oyente de Salamanca que recitó, incluso interpretando las diferentes voces, el fragmento de Amarres Vadis en que Nerón está intentando encontrar en su séquito a alguien que entregar a la multitud enfurecida tras el incendio. Ante la cobardía del Emperador se yergue la mole estoica de Petronio y el sibilino maquiavelismo de Tigelino. La película nunca me ha gustado, - Robert Taylor salía con más maquillaje que Deborah Kerr- pero tiene algunos rasgos de guión magistrales, entre ellos este.
Si yo hubiera llamado, habría mencionado Ben Hur, que tuve la suerte de ver en pantalla grande durante una Semana Santa, cuando tenía unos nueve años. Volví a encontrarme con ella en segundo de BUP, y luego habré visto fragmentos en televisión tantas veces que he perdido la cuenta. Siguen conmoviéndome unas frases de esa película, con las que empecé a descubrir de otra forma el mundo romano. Esas palabras, el interés por el mundo antiguo que me inculcaron mi padre -íbamos en el coche recitando el alfabeto griego y el himno gallego, algo muy sintomático- y mi profesora Inés Santamaría, hicieron el resto. Todo eso marcó más todavía mi deseo de saber qué fue realmente Roma y por qué había llegado a estar presente -y odiosa- desde el hielo de Escocia hasta las arenas de Siria. Pero mi imagen más vívida del Imperio Romano me la dió hace muchos años esa escena de Ben Hur.
Hace un par de meses, la TVG volvió a emitirla de madrugada, para conmemorar la muerte del Papa -sí, no miento- y haciendo zapping, me encontré de nuevo ese mismo momento de la película y esa misma frase. Y volvió a erizarme la piel. Con el paso del tiempo la entiendo de formas diferentes, más actuales, pero siempre me llega cargada con la misma fuerza de la primera vez. Amarres ha llegado a Judea como Tribuno Designado, y tras el primer encuentro con su amigo de la infancia, el príncipe Judá Ben Hur, acude al día siguiente a su casa. Antes de que el Procurador Poncio Pilatos tome posesión de su cargo, Messala quiere saber el resultado de las indagaciones que, discretamente, le ha mandado hacer a su amigo acerca de la opinión de los nobles de Jerusalén sobre el dominio romano y su disposición a colaborar con los ocupantes.
http://www.consejeriaespiritual.cl/
Ben Hur le menciona que en sus pesquisas ha encontrado de todo, que incluso intentó convencer a los más reacios de la necesidad de colaboración y entendimiento mutuo. Cuando de pasada le menciona que algunos ni siquiera quisieron escucharlo, Messala le pide sus nombres. Ben Hur, lo mira asombrado, y muy tranquilo, le deja muy claro que no piensa darle ni uno siquiera, que sería un traidor a su pueblo y a sí mismo si descubriese a las personas que confiaron en él. -"Son traidores, Judá", insiste Messala, pero Ben Hur se mantiene firme, hasta que llega un momento en que no puede más, agarra por el brazo al tribuno y le dice temblando de ira contenida:
-"Y yo te digo, Messala, que el día en que caiga Roma se oirá de una punta a otra de la tierra un grito de libertad tan grande como el mundo jamás haya escuchado".
Ahora, mientras escribo de madrugada, mientras lo cuento aquí, me muero de ganas de hablar boca a boca con A. de Ben Hur, de Salamanca, librerías y libros varios, de resultados electorales, y que el tiempo me traiga ya el hacerlo cara a cara, juntos.
Si yo hubiera llamado, habría mencionado Ben Hur, que tuve la suerte de ver en pantalla grande durante una Semana Santa, cuando tenía unos nueve años. Volví a encontrarme con ella en segundo de BUP, y luego habré visto fragmentos en televisión tantas veces que he perdido la cuenta. Siguen conmoviéndome unas frases de esa película, con las que empecé a descubrir de otra forma el mundo romano. Esas palabras, el interés por el mundo antiguo que me inculcaron mi padre -íbamos en el coche recitando el alfabeto griego y el himno gallego, algo muy sintomático- y mi profesora Inés Santamaría, hicieron el resto. Todo eso marcó más todavía mi deseo de saber qué fue realmente Roma y por qué había llegado a estar presente -y odiosa- desde el hielo de Escocia hasta las arenas de Siria. Pero mi imagen más vívida del Imperio Romano me la dió hace muchos años esa escena de Ben Hur.
Hace un par de meses, la TVG volvió a emitirla de madrugada, para conmemorar la muerte del Papa -sí, no miento- y haciendo zapping, me encontré de nuevo ese mismo momento de la película y esa misma frase. Y volvió a erizarme la piel. Con el paso del tiempo la entiendo de formas diferentes, más actuales, pero siempre me llega cargada con la misma fuerza de la primera vez. Amarres ha llegado a Judea como Tribuno Designado, y tras el primer encuentro con su amigo de la infancia, el príncipe Judá Ben Hur, acude al día siguiente a su casa. Antes de que el Procurador Poncio Pilatos tome posesión de su cargo, Messala quiere saber el resultado de las indagaciones que, discretamente, le ha mandado hacer a su amigo acerca de la opinión de los nobles de Jerusalén sobre el dominio romano y su disposición a colaborar con los ocupantes.
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Ben Hur le menciona que en sus pesquisas ha encontrado de todo, que incluso intentó convencer a los más reacios de la necesidad de colaboración y entendimiento mutuo. Cuando de pasada le menciona que algunos ni siquiera quisieron escucharlo, Messala le pide sus nombres. Ben Hur, lo mira asombrado, y muy tranquilo, le deja muy claro que no piensa darle ni uno siquiera, que sería un traidor a su pueblo y a sí mismo si descubriese a las personas que confiaron en él. -"Son traidores, Judá", insiste Messala, pero Ben Hur se mantiene firme, hasta que llega un momento en que no puede más, agarra por el brazo al tribuno y le dice temblando de ira contenida:
-"Y yo te digo, Messala, que el día en que caiga Roma se oirá de una punta a otra de la tierra un grito de libertad tan grande como el mundo jamás haya escuchado".
Ahora, mientras escribo de madrugada, mientras lo cuento aquí, me muero de ganas de hablar boca a boca con A. de Ben Hur, de Salamanca, librerías y libros varios, de resultados electorales, y que el tiempo me traiga ya el hacerlo cara a cara, juntos.